viernes, octubre 17, 2008

La vida no es una tómbola, es una compostera.

Alguna vez escuché decir a un hippie, o a ninguno, algo así como que "todos somos una misma cosa, todo lo que vive es uno con el planeta"... Ahora que lo pienso tal vez no era un hippie, pues por lo general los evito... A lo sumo convivo con alguna regularidad con cierto tecno-hippie, pero ya es algo distinto.
Posiblemente fue en voz de algun promotor de esos modos new age de conducir su vida, tal vez algún profesor de yoga, zumba o un vendedor de herbalife.
A lo que voy es a lo siguiente: Aunque por lo general esas ideas me parecen propias de comeflores sin quehacer, recién encontré un gran goce al develárseme un tipo de reconocimiento de mi mismo con la naturaleza en su faceta vegetal.
Hace algunas semanas comencé a cultivar en el jardín de casa una compostera. Dado que no siempre consigo bajar todos los limones del árbol, con regularidad hay algunos que ya no están en condiciones de uso; ante el disgusto que me causaba desperdiciar esos limones vino a mi la idea de hacer una compostera con ellos y el pasto recortado del mismo jardín.
Aprendí cómo se hacía hace varios años cuando en cumplimiento de trabajos forzados trabajé en el bosque de Chapultepec. El momento más glamoroso fue precisamente cuando trabajé en la composta, con grandes cantidades de pasto, varias capas de tierra, hojarasca y demás materia orgánica; la tierra se revuelve, el amoniaco se libera, la materia se corrompe, el sol hace su parte y el sudor evidencia el peso de la faena.
Luego hube de recoger basura, y peor, pepenarla de los botes... Pero brincaremos ese episodio, es mejor ceñirse a lo más glamoroso.
La nueva compostera casera movía al escepticismo; en mi opinión, dado que el trabajo serio lo tiene resuelto la naturaleza de las sustancias orgánicas, era una labor que ni yo podría hacer mal. Comenzó lento, algunos limones aplastados, hojas medio secas, ramas de una escoba de barrendero y el cadaver de la planta espartana, firme, valiente y también estoica, que sobrevivió tempestades a mi lado y fiel, como el perro de Odiseo, murió sólo una vez que me vió llegar a un lugar que pudiera llamar mi hogar.
La siguiente capa era de pasto, éste tardó en descomponerse, seguramente por causa de las lluvias recientes que amenazan con atravezar el techo de mi estudio y orillarme a lanzar mis libros inservibles por la humedad también a la compostera... Aunque muchos tienen cubiertas plásticas, dudo que funcione...
La posmodernidad nos tiene acostumbrados a esperas breves, en consecuencia, aunque no se trate de manera necesaria de una implicación entre los hechos, estamos también acostumbrados a tener efímeras satisfacciones.
En esa misma proporción, la inusual espera trajo un regocijo poco familiar.
Apenas el lunes mientras recogía los restos de una planta silvestre que fuera retirada del patio frontal, pues crecía entre las grietas de los maltrechos mosaicos y amenazaba con crecer más que la casa y acabar de dar al traste con los cimientos, reparé en por qué no es un triste final interrumpir esa vida, ni reutilizar los restos de la espartana que mencioné lineas atrás, ni los del lirio que plantamos en el mini prado banquetero que enmascara la fachada de la casa y no funcionó: La vida vegetal podría sí ser sólo una.
Es claro que las plantas son sensibles, responden a estímulos somáticos, reconocen temperaturas, luz, tienen tacto... Creo que lo único que no hacen es oír aunque podría equivocarme pues la televisión ochentera nos decía que le cantaramos a las plantas...
Pero hasta donde las conozco, dudo que las plantas tengan una conciencia discursiva, y en consecuencia, son todas por igual un solo yo.
Habrá un momento, cuando haya muerto, en que ya no seré una conciencia, ya no seré emociones, ya no sentimientos, ya no seré más razón; seré materia orgánica, podré ser uno con la tierra y seguir viviendo en la conciencia única como lo hacen las plantas en la compostera.
Esta noche adicioné cascarones de huevo, de melón, restos de fresa, café, más limones y hasta algunas babosas que andaban por ahí... Mientras revolvía la composta un fresco olor a tierra me envolvió; la tierra que era árida se ha enegrecido, su aroma es fresco, vivo, aterciopelado.
Sigo pensando que es cosa de huarachudos piojosos pensar como ideal para el hombre ser planta, no porque pueda decirles que está mal (aunque sí puedo), sino porque a mi parecer la condición del hombre del mundo, juzgándolo a partir de sus facultades, le confieren la misión de ser más que planta, más que bestia, de ejercer en plenitud lo anterior bajo la tutela de su razón, pues sólo a la luz de esta las otras dos facetas cobran sentido en una dimensión humana...
Pero sé que es mucho pedir, y que de muchos es preferible que sean plantas a que sean bestias... Cuando pienso que todos seríamos iguales en esa instancia, deja de parecerme tan seductora la idea de la compostera.
Por ello es que hay qué dejar vestigios de nuestro ser en las almas de otros, a través de las ideas, de las palabras, de las impresiones emocionales e incluso sensibles... No es preciso apresurarse en ocupar un lugar en la historia de las plantas... Pero -literalmente- pone los pies y los sentidos en la tierra el estar aunque sea mínimamente cerca...

3 comentarios:

Pecatus dijo...

Sí, es impropio del humano ser como planta pues la trascendencia es la consigna en la vida.Por algo unos preguntan ¿qué será de mi? y otros simplemente escriben en su blog para dejar huella. Sin embargo, clara es la teoría y nublosa la práctica... Pero ¿qué puedo decirte? Si el burócrata eres tú.
Cuidate Gin.

Pecatus dijo...

Sí, es impropio del humano ser como planta pues la trascendencia es la consigna en la vida.Por algo unos preguntan ¿qué será de mi? y otros simplemente escriben en su blog para dejar huella. Sin embargo, clara es la teoría y nublosa la práctica... Pero ¿qué puedo decirte? Si el burócrata eres tú.
Cuidate Gin.

Námaste Heptákis dijo...

Órale, según creo este ha sido el mejor post que he leído en tu blog. Realmente me gustó mucho: un texto acabado, contado al tiempo, con ideas y palabras que campean adustas por las líneas. Realmente me gustó.

Eso sí, me sale lo aristotélico y me niego a aceptar que las plantas tienen tacto, pero ya habrá tiempo para platicarlo.

Muy buena entrada.