lunes, agosto 18, 2008

Sobre la necesidad de un amor desesperado (VII)

Aquí se plantea la pregunta irrefrenable, la del auténtico inquirir, la que quita el sueño, la que permanece latente e incesante y contamina todo lo que pasa a través de la mente.

VIII ¿Paraurosis?

Las inferencias brotan como ajolotes y se retuercen en la mente de uno como aquellos cuando los sacan del agua; inquirir respecto al tema en cuestíon no parece noble, pero se puede hacer con nobleza. Por torpes que sean nuestros pasos, así como no es preciso pisotear el orgullo ni la dignidad de alguien a que nos pretenda y por quien no tengamos inclinación alguna, es posible no lastimar a quien nos ama con un tema tan áspero, sea verdad o no que lo hace tibiamente.
Las inferencias incesantemente brincoteando y arqueándose sobre sí podrían implicar para el presunto tibio amante una serie de tal vez injustas acusaciones de injusticia, todas ellas con su génesis -diría
mi amigo el psicólogo- en la neurosis, paranoia o la paraurosis: “¿Por qué no me amas efervescentemente si es tal tu deber?, ¿es que debo dejar de amarte de esa forma?, ¿es que no resulto suficientemente emocionante?, ¿sucede que es tan buena idea que estemos juntos?”

Vivir en la logósfera implica un riesgo latente, hay qué tener cuidado con lo que uno dice pues todo aquello puede ser utilizado en su contra ilimitadamente.
¿Qué sucederá si no puede amarnos al punto de desfallecer como Nina, la prometida del inepto Harker en Nosferatu de 1922, sujetándose el corazón al pecho y extendiendo su cabeza tan lejos de éste como le era posible?


Al minuto y treinta segundos Nina borda la frase "Ich liebe dich"

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